viernes, 10 de mayo de 2013

INFANCIA EN CHAPINERO

Nos instalamos en una quinta en Chapinero, en la calle 64 No 5-02. Tita y su familia se pasaron a otra quinta en la misma cuadra, pero más cerca al cerro. Humberto y Lucy ya eran grandes e iban a bailes. Lucy estaba de novia con Alberto Cohen, con quien no se casó por la oposición de Manuel, debida a que él era judío. Humberto coqueteaba con Cecilia Lizarralde, Alicia, por ser la menor, compartía los juegos con nosotros.

Aquí comenzó una nueva etapa de nuestra vida, que representó la amistad con otros niños. La familia que ocupaba la casa vecina era la de los Rodríguez Hoffman. El hijo mayor, Hermann era de la edad de Alberto; seguían Aníbal, Irma, Carmen, Leonor, Gloria, Gladys y un bebé. En nuestra cuadra vivían también los Méndez Munévar, que tenían una panadería en la casa. Recuerdo a Teresita y a Jorge, quien llegó a ser un empresario muy importante. Los Castilla Uribe vivían junto a los Ortiz; los niños eran Oswaldo, Yolanda, Pachito y Félix.

Papá se reencontró con un colega del Congreso, Fidel Perilla, que vivía con su familia en la calle 65. Su esposa era Leonor Rojas y sus hijos Leonor, Fidel, Cecilia, Beatriz y Fanny, cuyas edades oscilaban entre los doce y los tres años. En la 65 vivían también los Zapata, hijos del doctor Ramón, médico y autor de un libro sobre raíces griegas y latinas empleadas en medicina. Ellos eran Ramón, que también llegó a ser médico; Emma, que se casó con Jaime Uribe, un ingeniero amigo de Alberto, y Felipe, un intelectual a quien volví a encontrar en la editorial de Gonzalo Canal Ramírez y en la Academia de la Lengua. Era imposible que relacionara a la doctora de Noguera, como me presentaba Gonzalo, con la hermanita de Alberto Arrieta, su compañero de juegos, y me pareció tonto traer a colación esos recuerdos de la lejana infancia.

Con estos y otros niños de la cuadra compartíamos los juegos. Los muchachos jugaban con el balón, montaban en patines o en patinetas, aprovechando que la cuadra es muy pendiente. Las niñas jugábamos a las muñecas y a los cocinados.

Nuestras madres nos organizaban paseos al "bosquecito" que existía porque aún no habían urbanizado lo que hoy conocemos como Chapinero Alto. El bosquecito estaba surcado por la quebrada de Las Delicias, hoy canalizada. Había árboles pequeños con gruesas ramas, a los que nos subíamos para emular las hazañas de Tarzán. Jugábamos gambetas en los lindos prados, en donde crecían flores silvestres y "dientes de león", que soplábamos hasta hacerlos perder todas sus motas.

Llevábamos fiambres consistentes en pan con salchichón o con génovas y preparábamos chocolate en la hoguera.

Oswaldo Castilla quiso en una ocasión lucirse ante Alicia Ortiz, cuyos lindos ojos verdes lo tenían fascinado y se subió a un pino muy alto del cual se lanzó con un paraguas abierto; por supuesto, se dio un golpe muy fuerte, pero afortunadamente no le trajo consecuencias.

Los domingos asistíamos a Misa en la Iglesia de Lourdes y después íbamos a comer empanadas en Las Margaritas, pasando por un puente de madera sobre la quebrada de Las Delicias. Era un paseo gastronómico  pues rematábamos con obleas donde "Petronita", en una casa antigua situada sobre la carrera séptimas con un gran jardín en el que tenían un mico encadenado; vendían, además de las obleas, toda clase de dulces, especialmente los caramelos de chocolate y las marquesitas de ariquipe, breva o guanábana.

Llegábamos a la casa en donde no esperaba el ajiaco dominguero, precedido por la crema de curuba y seguido por el seco o plato fuerte, el dulce de almíbar y el vaso de leche para los niños. Con frecuencia nos acompañaban Ana y Margarita Pérez.

Otras veces íbamos a Misa a la Porciúncula, en la Avenida de Chile y subíamos a la séptima en donde se encontraba el "Tout va bien", famoso por sus empanadas y merengues.

En la Semana Santa estrenábamos atuendo completo para ir el jueves a visitar los monumentos. Tomábamos el tranvía en la carrera trece y nos bajábamos en la calle veinte para visitar la iglesia de Las Nieves; luego, La Tercera, la Veracruz, San Francisco, Santo Domingo, la Catedral y San Ignasio. Después tomábamos helados en una heladería muy famosa que quedaba al lado del Capitolio, sobre la carrera octava. Recuerdo que le decían el "Quismepai", nunca lo vi escrito, pero debía ser algo en inglés. Regresábamos en tranvía para disfrutar un delicioso almuerzo de abstinencia.

El viernes Santo era mejor aún el almuerzo, porque como era ayuno y abstinencia, estaban prohibidas las mediasnueves y las onces. Siempre iban las Pérez. Durante el almuerzo escuchábamos por radio el sermón de las Siete Palabras, devotamente, comiendo sin conversar. Después íbamos a la Iglesia de Lourdes a oír el sermón del descendimiento y a ver pasar la procesión de la Dolorosa.

Alberto y Hermann decidieron montar una obra de teatro y eligieron el elenco entre los niños mayores. Leonor Perilla sería la novia de Hermann, pero por ser vanidosa perdería su amor; Alicia Ortiz lo conquistaría con sus virtudes; Alberto era el actor de carácter y el Director.

Se vendieron las boletas en el vecindario, a dos centavos. La sala de nuestra casa que era amplia y estaba dividida por un arco, se habilitó como platea y escenario. A mí me encargaron de vender los dulces.

La tarde del estreno, las madres estaban maquillando a las actrices. A Alberto le pareció que Leonor Perilla estaba muy bonita y lo manifestó en voz alta: "Qué linda está la novia de Hermann". Este comentario rompió los nervios de la pequeña actriz, quien prorrumpió en un fuerte llanto. La madre y el Director hicieron lo posible por calmarla, pero fue en vano. Doña Leonor la tomó por el brazo y la condujo al sofá que estaba preparado en el escenario. La niña se tendió en él, pero siguió llorando. Corrieron el telón, el público esperaba ansioso el desarrollo de la obra, pero el Director tuvo que afrontar el fracaso y citó para una nueva presentación el sábado siguiente.

Entonces decidieron que yo reemplazara a Leonor. Me enseñaron  el papel, porque yo no sabía leer. Y al sábado siguiente, se presentó la obra con todo éxito. Al correr el telón, yo aparecía con un vestido largo de cola y un espejo en la mano (que era de mamá y aún lo tengo), mirándome con coquetería y declamando: "Dicen que soy muy coqueta, pero eso a mí no me inquieta pues mi belleza me escuda". Alicia botaba por la ventana tapas de cerveza que habíamos conseguido en una tienda, para representar las monedas que daba a los pobres en su inmensa generosidad. Me posesioné de mi papel en tal forma, que al finalizar la obra y ver que Hermann se iba con Alicia, lloré con lágrimas de verdad.

Ahora, cuando estoy disfrutando de la llamada "edad dorada", me he vuelto a encontrar con las Perilla en paseos y fiestas que se organizaban en Sosacá. Le hablé a Leonor de aquella representación teatral y me aseguró que no se acordaba de nada.

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