miércoles, 2 de enero de 2013

LAS VIUDAS DE LOS PRIMOS: Tercera entrega

La carta de Mariana me trajo muchos recuerdos de la juventud, porque nuestros destinos han sido muy semejantes. Nuestras inquietudes intelectuales nos llevaron a la Universidad Nacional  Mariana se matriculó en Antropología y yo en Filosofía y Letras. En aquel tiempo, fuimos de las primeras estudiantes en una universidad que se había fundado sólo para hombres, porque en los edificios ni siquiera había baños para mujeres. Las dos seguimos nuestra vocación humanística, aunque se suponía que esas carreras sólo eran un adorno porque no tenían ninguna utilidad práctica.

Por entonces llegaron de Santa Marta los primos de Jorge, con el propósito de establecer empresas y hacer negocios. Todos ellos guapos, simpáticos y fiesteros. Eran Humberto Palacio Vives, José Joaquín Diazgranados Alzamora. Naturalmente, fueron bienvenidos a nuestro grupo, que ya contaba con un buen numero de niñas y muchachos compañeros de estudios, parientes o hijos de familias amigas.

Hacíamos paseos a fincas en tierra cálida como Villeta, La Vega o Mesitas del Colegio, a veces de varios días  jugábamos bolos en el "Tout va bien"; remábamos en Lago Gaitán; tomábamos onces con chocolate y pan francés en cualquiera de las casa, sin protocolos porque lo ideal era reunirnos para pasar un rato agradable: bailábamos los porros de Lucho Bérmudez y los boleros de Leo Marini. Lilia y Jorge se hacían presentes ocasionalmente, cuando tenían con quien dejar los niños. Los festejos navideños comenzaban con el paseo a los cerros para conseguir lama y quiches para el pesebre. Rezábamos la novena al Niño Dios, una noche en cada casa, y bailábamos hasta el amanecer.

Pero no todo era diversión  Fundamos un periódico que dirigían Humberto y José Joaquín, y que Roberto sacaba en mimeógrafo, ingeniándose para publicar fotografías de nuestros eventos sociales. Todos colaborábamos con notas, cuentos o poesías.

En tan grato ambiente, surgieron los noviazgos  Mariana y Ramiro se enamoraron tan perdidamente, que se casaron al poco tiempo. Ella suspendió los estudios por los nacimientos de las tres niñas, pero más adelante fue tomando créditos, hasta que logró culminar la carrera. Berta y Roberto se identificaron, porque los dos compartían "el sueño americano".

Rodrigo y yo nos hicimos novios, pero no nos casamos tan pronto. Mientras él se afianzaba en los negocios, yo terminé mis estudios. Mi diploma permaneció por años enrollado en un armario, porque dediqué todas mis facultades a ser una perfecta ama de casa, una madre prolífica y una esposa sumisa, tal como había sido el ideal de las generaciones precedentes, según el cual las monjas nos habían impartido la educación.

Nuestros cuatro hijos, Rodrigo Jr, Clara Lucía, Andrés Felipe y Laurita, todos inteligentes, sanos y lindos constituían mi felicidad.

A Rodrigo no le gustaba que me reuniera con las amigas y se disgustaba si me demoraba un poco. Así que yo permanecía confinada en la casa y pasaba mucho tiempo sola, cuando los niños estaban en el colegio. Entonces me dediqué a la lectura y a escribir cuanto se me ocurría. Enviaba espontáneamente colaboraciones a periódicos y revistas y me sorprendía gratamente cuando me publicaban alguna, naturalmente sin remuneración.

Mi vida social se limitaba a fiestas y cócteles con los banqueros amigos de Rodrigo, sus clientes, sus socios y las esposas, mujeres de sociedad con quienes yo no tenía ninguna afinidad: sostenían una absurda competencia por poseer el mejor carro, la casa mas lujosa y realizar los viajes mas caros.

Rodrigo y yo nos seguíamos amando, pero nuestra relación se fue deteriorando por el estrés que producía en él ese mundo de competencia y consumismo, en el que los negocios no se trataban sin alcohol.

Mariana y yo nos sentíamos más unidas, porque preveíamos el final de nuestros matrimonios. Mariana sufría la infidelidad de Ramiro: lo había perdonado muchas veces y le había dado nuevas oportunidades, que él no supo valorar.

Nos aterraba pensar en el futuro. Eramos dependientes económicamente de nuestros esposos; nunca habíamos trabajado; nuestras profesiones humanísticas no nos darían con qué sostener y educar a nuestros hijos. Llegamos a pensar que hubiera sido mejor estudiar secretariado comercial porque las mecanotaquígrafas tenían más opciones para conseguir empleo. Se nos pasaron muchos años preciosos entre la resignación y la rebeldía  En ese tiempo todavía eran muy mal vistas las separaciones, no como ahora que son el pan de cada día. 

Pero no llegó el momento de tomar decisiones. La infidelidad de Ramiro tuvo consecuencias cuando "la otra" quedó embarazada, viajaron a Quito a casarse por lo civil. Mariana tomó las riendas del hogar. Comenzó dando clases en los colegios; luego, cátedra en la Universidad y logró que la nombraran profesora de tiempo completo. Así ganó el derecho al año sabático, que aprovechó para hacer un posgrado en Mexico, a donde viajó con sus hijas. A su regreso la nombraron coordinadora de un programa con la Unesco, en desarrollo del cual conoció a Gabriel Artigas.

Cuando a mis hijos y a mí se nos hizo la vida insoportable en la casa por la irritabilidad de Rodrigo, me armé de valor y comencé a buscar trabajo. Toqué puertas en entidades culturales, medio de comunicación y editoriales  Mi hojas de vida estaba en blanco desde mi grado, salvo las pocas publicaciones cuyos recortes guardaba cuidadosamente. Tuve suerte. Recibí la llamada de un importante editor y, para mi sorpresa, cuando entré a su oficina vi sobre su escritorio mis recortes de prensa. Los había dejado en mi ultima entrevista con el director de una revista, que resultó ser gran amigo suyo. Mi trabajo consistía en investigar y redactar diversos temas para una enciclopedia. Así, me introduje en el mundo elitista de los intelectuales. Conocí escritores, poetas, artistas, historiadores, dramaturgos y académicos. Y entre ellos, conocí a Vicente.



Continuará...