martes, 2 de abril de 2013

Reminiscencias Familiares

Por haber vivido con el favor de Dios durante los últimos setenta años del siglo XX y lo que ha transcurrido del presente, me considero en el deber de consignar en estas paginas, los recuerdos de mi vida en esta amada Patria, Colombia, complementados por los relatos de mis padres.

Los recuerdos familiares contribuyen a crear la pequeña historia que es como el conjunto de pinceladas que contribuyen a pintar el gran panorama de la historia de un pueblo.

Tengo una familia que ha colmado mi vida de amor y felicidad: seis hijos, once nietos y desde este año, un precioso bisnieto.

Para todos ellos escribo estas notas.

Les he contado de manera anecdótica y casual, ciertos hechos importantes que de alguna manera determinaron nuestro devenir, desde mis abuelos.

Cuando en nuestras reuniones viene al caso en la conversación alguno de estos episodios y lo relato, no falta quien me dice: esto ya lo habías contado, con poca diplomacia infantil. Pero otros, me piden que los cuente, porque no los conocían.

Algunas historias son intrascendentes, pero simpáticas. De todos modos, reflejan las costumbres de otras épocas y lugares, que si se sumaran a las reminiscencias de mis contemporáneos, constituirían un valioso acervo cultural.

Los niños y jóvenes de hoy no pueden imaginarse cómo los abuelos disfrutábamos los juegos de la infancia, cuando no había televisión, videojuegos, computadores o celulares.




A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX


En 1880 aproximadamente, un joven perteneciente a una distinguida familia cartagenera se vino a vivir a Bogotá. Esa familia había sido propietaria de gran parte de la isla de Manga, en donde se construyeron suntuosas residencias, de las cuales hoy en día se conservan algunas y otras, desafortunadamente, se dejaron arruinar a pesar de ser consideradas patrimonio arquitectónico. En Cartagena aún se recuerda a Dionisio Jiménez Malo, como el promotor de la urbanización de Manga.

Su hermano Manuel Jiménez Malo llegó a Bogotá con el ánimo de emprender negocios y radicarse en la capital. Conoció y se enamoró de Irene Trujillo con quien formó un hogar. Sus hijos fueron Manuel, María de Jesús (Tita) y María (Marujita, mi mamá).

Vivieron en una casa de estilo republicano situada en la carrera 7a. con la calle 24, en la esquina noroeste, en donde hoy se levanta la torre de Colpatria. El llamado progreso acabó con una linda manzana de casas de estilo neoclásico francés, llamado estilo republicano en cuanto nos liberamos de España y nos afrancesamos gracias a la Revolución Francesa, a los Derechos del Hombre y al apoyo que Francia le prestó a Bolívar para disminuir el poder de España.

Manuel Jiménez Malo murió tempranamente. Le habían practicado en Panamá, una cirugía craneana y le habían reemplazado un hueso o parte de él por una placa de platino. Lo que recordaba mamá de su padre, era que no podía asolearse porque se le recalentaba la placa.

Dejó una fortuna a Irene y a sus hijos. Ella no supo administrarla bien. En la sala guardaba morrocotas de oro en una cajita. Cuando la empleada le pedía dinero para la compra, simplemente le decía que sacara de la cajita. Tenía a su disposición a dos modistas, hermanas entre sí, llamadas Ana Pérez Rubio y Margarita Pérez V. de Leaño, encargadas de vestirlas a ella y a sus hijas.

Eran los años anteriores a la primera guerra mundial, cuando aún se usaba moda de la Bella Época: trajes largos, miriñaques,corsés, cabellos largos rizados recogidos en lo alto, sobre los cuales se llevaban sombreros diminutos con velillos. Tita, por ser la mayor, alcanzó a disfrutar de la bonanza económica. Era tan linda, que la llamaban la tarjeta postal.

Tita tuvo muchos admiradores. Entre ellos, un joven llamado Vicente Herrán, con quien formalizó noviazgo. La familia Herrán ofreció un elegante almuerzo en su finca de Funza, para que las dos familias estrecharan lazos de amistad. La vajilla que se usó era tan fina, que la dueña de casa acostumbraba lavarla personalmente. Terminado el almuerzo, los asistentes regresaron a la sala y el comedor fue cerrado. El comedor de esa casa, como era usual en la arquitectura de la época, estaba entre dos patios, con amplias celosías las cuales se decoraban con visillos de encaje, a través de los cuales se podían observar las plantas y las flores.

Cuando la visita se retiró, la dueña de casa fue a lavar y guardar la fina vajilla y se encontró con un desastre: un travieso mico que poseían, se había entretenido golpeando pieza por pieza hasta dejar un montón de añicos.

Al poco tiempo, Vicente viajó a Quito para cerrar un negocio que le daría el buen dinero que necesitaba para el matrimonio con Tita. Las comunicaciones eran muy difíciles y pasó mucho tiempo sin que se recibieran sus noticias. Tita pensó que Vicente se había arrepentido y aceptó la propuesta matrimonial de Manuel Ortiz Gómez, un abogado perteneciente a una familia acomodada de El Socorro, Santander.

Las arzayuz eran amigas de Tita y de mamá y, además, vecinas. Comenzaron a confeccionar sus vestidos de damas de honor para el matrimonio de tita porque su amistad les daba ese privilegio. Manuel era calvo y usaba bisoñé, por lo que siempre estuvo acomplejado. Durante una visita sorprendió unas miradas indiscretas que se cruzaron las hermanas Arzayuz y le planteó a Tita su ultimátum  las Arzayuz serían borradas de la lista de invitados o él cancelaría el matrimonio. Así se terminó la amistad de muchos años con aquellas queridas vecinas, para tristeza de Tita y de mamá.

El matrimonio se celebró con gran boato. El coche de la novia fue decorado con flores blancas. Cuando los novios salían de la iglesia, se cruzaron con otro coche de caballos que venía de la Estación de la Sabana. En él llegaba Vicente Herrán, satisfecho con el resultado de sus negocios y con la ilusión de su matrimonio.