lunes, 29 de abril de 2013

CONOCÍ LA SELVA

El primero de septiembre de 1932, los peruanos invadieron el puerto de Leticia sobre el río Amazonas y expulsaron a las autoridades Colombianas. El presidente Olaya Herrera llamó a la cúpula militar, encabezada por el general Alfredo Vásquez Cobo, para dirigir las operaciones armadas. Los colombianos, divididos como siempre entre liberales y conservadores, cesaron su enfrentamiento y apoyaron unidos la soberanía nacional. Los ciudadanos contribuyeron con dinero y joyas para financiar la guerra. Muchos donaron sus argollas de matrimonio. Mis padres no quisieron desprenderse de ellas y colaboraron con dinero y con algo mucho más valioso como fue el alistamiento de papá en el Ejército, como médico militar.

Su primer destino fue la base aérea de Palanquero sobre el río Magdalena, en donde se inició la aviación militar. Los instructores fueron aviadores alemanes que habían quedado cesantes al terminar la primera Guerra Mundial.

Papá partió a cumplir con su deber patriótico y nos dejó encomendados a un colega suyo, el doctor Pedro Gonzáles, a quien le decíamos "Pedrito". Él me decía "rancho empajado", por mi abundante cabello esponjado. Ahora he caído en la cuenta de que me parecía mucho a Mafalda, con el gran lazo de cinta, y hasta me he identificado con su filosofía.

Papá tuvo que asumir como primera medida, el saneamiento de Palanquero en donde abundaban los pantanos, en los cuales se reproducía el anofeles. La tropa se enfermaba de paludismo y el tratamiento era la quinina.

Los aviadores alemanes eran muy déspotas y trataban mal al personal colombiano. Hasta el punto de que al peluquero Fonseca lo llamaban a secas "seca" porque no merecía el prefijo Von, que se antepone a los apellidos aristocráticos en Alemania. Papá tuvo varios enfrentamientos con algunos de ellos, pero aprendieron a respetarlo y a decirle doctor.

Para desplazar las tropas al sur del país era indispensable la aviación, por la dificultad de cruzar la extensa región montañosa y selvática de la geografía nacional. Los alemanes entrenaron a los primeros aviadores colombianos, que resultaron excelentes pilotos aunque solamente contaban con dos instrumentos de navegación: la brújula y una copa de aceite para ver el nivel del aparato y confrontarlo con el horizonte.

Los aviones eran bimotores anfibios, es decir, dotados de flotadores, porque no había pistas de aterrizaje y sí había ríos caudalosos que permitían el acuatizaje como el Orteguaza,. el Putumayo, el Amazonas y el Caquetá.

Mientras papá cumplía con su deber patriótico en Palanquero, me enfermé de sarampión y se me complicó con bronconeumonia. Pedrito Gonzáles me cuidaba con gran dedicación, pero llegó a perder la esperanza de salvarme porque en ese tiempo no había antibióticos ni vacunas. Margarita Pérez estuvo acompañando a mamá día y noche, y salía a comprar los remedios a cualquier hora, aun con lluvia, pese a su frágil salud.

Ana Pérez también fue valiente y decidida, cuando se trató de salvar la vida de Lucy Ortiz. Por ese tiempo vivían en Ubaté, porque Manuel había sido nombrado Juez en ese municipio. A Lucy se le presentó un ataque de apendicitis y en el pueblo no había manera de intervenirla quirúrgicamente; por lo penoso del viaje, no era aconsejable el traslado a Bogotá. Él médico de Ubaté recomendó la aplicación de hielo, pero en Ubaté no lo había. Ana llevó un gran bloque de hielo viajando sola en un coche de caballos, durante muchas horas. El bloque llegó recudo a la mitad, pero fue suficiente para salvar a Lucy.

Las Pérez fueron con nosotros unas verdaderas familiares. A falta de abuelitas, contamos con ellas. Ana había permanecido soltera porque su novio había muerto de gripa, en la epidemia de 1918; Margarita se consideraba viuda porque su esposo, Luis Leaño, se fue para Europa y nunca volvió. Mi abuela paterna había muerto de un coma diabético, cuando yo tenía seis meses y vivíamos en Suaita.

De vez en cuando, papá obtenía licencia para venir a visitarnos. En una de esas oportunidades, cuando ya había logrado sanear la zona, llevó a Alberto para que conociera los aviones.

Cumplida su misión en la Base Aérea de Palanquero, fue nombrado director del Hospital de Potosí, recién creado a la orilla del río Orteguaza, para atender a los militares heridos y enfermos. También se creó el Hospital de Primavera, más al sur, a cargo del doctor De La Hoz. Este hospital perduró más tiempo que el de Potosí, porque  una vez terminado el conflicto, era suficiente un hospital en la zona. Para evitar futuras invasiones, se creó la Base Aérea de Tres Esquinas, también sobre el río Orteguaza, en donde realizó la medicatura rural Fernando, mi hijo, el único de los nietos que heredó de papá la vocación por la medicina.

Se había hablado mucho del clima malsano de la selva; de los peces peligrosos que infestaban las aguas de sus ríos como las pirañas, los temblones y las anguilas que producen descargas eléctricas; de las culebras venenosas y de los indios salvajes. Pero todo eso era literatura. Potosí era un paraíso en medio de la selva. El clima era benigno aunque cálido y no había plagas; el río era de aguas mansas y los peces, como el bagre, surtían la mesa con abundancia; los indios huitotos y los coreguajes eran amistosos.

La guerra no fue tan sangrienta como se había previsto. Hubo varios enfrentamientos con el ejército peruano, el que finalmente se concentró en Tarapacá. Cuando los colombianos atacaron ese puerto, ya lo habían evacuado los peruanos. De manera que no hubo respuesta a los cañonazos de los buques colombianos.

No hubo muchas bajas en el ejército por causa de la artillería peruana; pero los soldados sufrieron las enfermedades tropicales. El coronel Herbert Boy estableció un puente aéreo para trasladar a los enfermos a los hospitales de Potosí y Primavera. En su libro "Una historia con alas", relata la campaña del sur y cuenta que la alimentación consistía en fríjoles con arroz al almuerzo y a la comida, para variar, arroz con fríjoles.

La falta de frutas y verduras era la cusa del beriberi y de la poca resistencia a las enfermedades tropicales  Desde su llegada, papá sembró una huerta que cuidaba con esmero y defendía de alimañas como las lagartijas, con certeras pedradas disparadas con cauchera.

También organizó un gallinero y una cría de cerdos. La carne de res era un poco escasa, pero se conseguía con un colono cercano que sacrificaba una o dos reses por semana. Si a esto se agregaba la buena despensa con que contaba el hospital, que a los alimentos básicos sumaba enlatados y licores importados, nadie podría quejarse de la alimentación.

En vista de estas circunstancias  papá decidió que mamá, Alberto y yo, y la imprescindible Bibiana, nos fuéramos para Potosí.