miércoles, 24 de julio de 2013

Los cómplices entran al kinder



Todavía guardo muy gratos recuerdos del kinder del Instituto Pedagógico, así que no lo pensamos dos veces cuando fue el momento de llevar los niños. Todo estaba como veinte años atrás: la casita en la esquina de la Avenida de Chile, dentro de la manzana que ocupa hoy la universidad Pedagógica. Pero entonces aún había muchos árboles y prados, y seguía en su sitio la gran arenera.

No hubo problema para matricular a Fernando, pues ya pronto iba a cumplir los cinco años, pero a Carlos no quisieron recibirlo, por su corta edad. Se nos volvió a presentar el dilema: Fernando no quería ir solo, y Carlos no quería quedarse. Pero, afortunadamente, una de mis cuñadas era amiga de la novia del viceministro de educación, o tal vez, si no recuerdo mal, era la prima del subsecretario. Lo cierto es que mi cuñada consiguió una carta ministerial para la directora del Kinder, en la cual se le solicitaba muy comedidamente, se sirviera matricular al niño Carlos Noguera Arrieta.

El primer día de clases se presentaron muy tranquilos, porque estaban juntos. Pero cuando vieron que los otros niños lloraban, lloraron también porque temieron que algo malo fuera a pasar. Cuando los llevaron a la arenera, todos estuvieron muy contentos.
Fernando y Carlos tenían sobre sus compañeritos la ventaja de que ya sabían leer y escribir, gracias Marujita de Rivas. Sin embargo, igualmente, aprovecharon las actividades lúdicas que había implantado la pedagoga alemana Georgina Fletcher, para desarrollar las aptitudes intelectuales y sociales de los niños.

Siguiendo las pautas de la doctora Fletcher, la directora organizó un paseo al bosque popular para que los niños disfrutaran de la naturaleza. Estaba situado al noroccidente de Bogotá en un gran espacio lleno de árboles y vegetación nativa. Hoy no existe, porque lo arrasó la fiebre de la construcción, lo mismo que pasó con el gran Lago Gaitán. A los alcaldes del siglo XX no les pasó por la imaginación que Bogotá necesitaría pulmones cuando se convirtiera en la gran metrópolis del siglo XXI víctima de la contaminación.
Fernando y Carlos no quisieron ir al paseo, se quedaron en la casa contentos, jugando y leyendo cuentos. Cuando les pregunté por qué no habían querido ir al Bosque Popular, me respondieron al unísono:
-Porque nos da miedo el lobo.