sábado, 10 de agosto de 2013

Los cómplices crecen y se hacen profesionales

Después del kínder, los niños entraron al colegio grande. Escogimos el Antonio Nariño, regentado por los Hermanos Corazonistas, españoles.


                              
Desde el principio se sintieron contentos y fueron buenos estudiantes. El bus los recogía por la mañana, los traía a almorzar y nuevamente los recogía y traía  por la tarde.
Yo aprendí que no debemos amenazar a los niños con castigos que no vamos a cumplir. En las mañanas, yo los apuraba para que se bañaran y desayunaran pronto y les prometía castigos si los dejaba el bus.
Una mañana, como de costumbre, salí con las niñas a dar un paseo. María Teresa estaba recién nacida y la llevaba en el cochecito; Rosita y Ángela se sujetaban de los lados. La meta era ir a una casa cercana en donde fabricaban el ponqué Ramo. Lo vendían en el garaje y allí tomábamos las medias nueves. Una mañana al ir para allá, vi que de pronto, detrás de la barda de un antejardín, se asomaba la cabeza de Carlos. Al verse descubiertos, se acercaron resignados. Los regañé y en castigo, no fueron a comer ponqué Ramo. ¡Quién sabe cuántas veces los habrá dejado el bus y ellos habrían vagado hasta la hora del almuerzo, para llegar a la casa!
Otro día, regresaron muy temprano y me dijeron que les habían dado el día libre, porque llegaba el Hermano Superior de España. Cuando fui a pagar la pensión, pregunté por el Hermano Superior. El secretario se mostró extrañado y a mi pregunta, respondió que no había venido. ¡Como siempre, hermanos y cómplices!






                                           
Juntos hicieron la Primera Comunión y se graduaron de bachilleres el mismo día. En adelante, cada uno seguiría la vocación que había manifestado desde la temprana infancia: Fernando entraría a la Facultad de Medicina y Carlos, a la de Ingeniería.
Se graduaron casi simultáneamente. En la fotografía los vemos ya dispuestos a asumir sus nuevas responsabilidades.


                              


Fernando iría a Tres Esquinas como médico de la base aérea. Esta fue establecida a orillas del río Orteguaza, muy cerca al sitio en donde estuvo el Hospital de Potosí que papá dirigió durante el conflicto con el Perú. La base aérea ha sido necesaria no solamente para salvaguardar la soberanía




                            
nacional, sino para combatir los grupos guerrilleros que operan en las zonas selváticas. Fernando tuvo que ir muchas veces en avión, a recoger heridos y a certificar la muerte de las víctimas.
Carlos iría al río Magdalena a desempeñar su primer cargo como ingeniero de Hidroestudios, firma a la que se vinculó cuando era estudiante. Al mando del buque explorador del Ministerio de Obras Públicas, efectuaba las mediciones del cauce del río Magdalena en todo su recorrido, para programar y ejecutar el dragado. Muchas veces, desde la borda, vio bajar cadáveres cubiertos de chulos. Las autoridades de algún puerto, se encargarían de rescatarlos e identificarlos, si acaso los pájaros carroñeros hubieran dejado algún indicio.




                                 
Al dejar de ser estudiantes en Bogotá, mis hijos se enfrentaron directamente a la cruel  violencia que ha sufrido nuestro país, durante casi toda su historia.
Fernando acaba de cumplir 60 años; Carlos los cumplirá muy pronto. Siguen siendo muy unidos, no solo entre sí, sino con toda nuestra gran familia. Los dos están felizmente casados. Fernando y Patricia son padres de Paty y Rafael. Carlos y Ángela tienen tres hijos: Carlos Francisco, Daniel y Andrés Felipe. Son los orgullosos abuelos de Sebastián, mi primer bisnieto.










Estas reminiscencias familiares que he compartido con ustedes, abarcan un siglo de nuestra historia patria, desde mi abuela Irene hasta mi bisnieto Sebastián. Tres hechos históricos marcaron tres importantes etapas de mi vida:





















- En la primera infancia, el conflicto con el Perú (1934-1935); en la juventud el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (1948) y en la madurez, el asalto al Palacio de Justicia (1985).
Doy gracias a Dios porque me permitió sobrevivir al holocausto del Palacio de Justicia y me ha regalado hasta hoy, veintiocho años más de vida, durante los cuales he visto crecer y progresar a mi familia, he conocido a mis nietos y a mi bisnieto.

Esta es la petit histoire, como dicen los franceses, que corre paralela con la vida de un país, que aporta elementos sociales y culturales muy valiosos, que a veces los grandes historiadores no toman en cuenta.

Un nuevo bisnieto alegra nuestra familia: Es Miguel, el hijo de mi nieto Arturo.
La nueva generación, está internacionalizando a la familia: Sebastián es colombo-belga y Miguel es colombo-estadinense.
Bogotá 2015.