martes, 19 de febrero de 2013

LAS VIUDAS DE LOS PRIMOS: Entrega Diecisiete

En el lujoso Palacio de Justicia diseñado por concurso, los despachos de los magistrados no tenían ventanas a la calle, sino un vidrio blindado con vista a la muralla de piedra que rodeaba la construcción, en la que sí había ventanales largos y angostos que subían desde el nivel del segundo piso hasta el cuarto, inaccesibles y herméticos.

Los cuatro pisos escalonados daban a un vacío hasta el primero, ocupado en el costado norte por la biblioteca; el costado oriental era un ancho corredor que los empleados llamaban "los pasos perdidos" porque nunca se había utilizado desde la inauguración del Palacio, siete años antes. Pero en esos días estaban construyendo allí oficinas para los magistrados y consejeros auxiliares, cargos de reciente creación para la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado, respectivamente.

El soberbio edificio construido como una fortaleza para evitar posibles asaltos, por ironía del destino se había convertido en una trampa mortal. Soldados apostados en la azotea de un edificio de la calle 12, disparaban hacia la biblioteca y los despachos apuntando por entre los largos ventanales de la muralla.

La línea telefónica se cortó y quedaron totalmente incomunicados. El optimismo de Lilia se había desvanecido. Habían agotado hasta el último sorbo de café y la sed los mortificaba.

Anocheció. En la oscuridad vieron un resplandor y comprendieron que se había iniciado el incendio, probablemente en la biblioteca porque las llamas avanzaban hacia el sur. Sintieron que la muerte era inminente y que no tenían alternativa: la única opción era decidirse por la más rápida y menos dolorosa. Salieron de la oficina y corrieron hacia las escaleras. El piso estaba cubierto de vidrios. En la desesperada carrera, Iván perdió las gafas; Lilia y Rosalba perdieron los zapatos, pero siguieron corriendo aunque los pies les sangraban. Antes de alcanzar las escaleras, unos soldados los encañonaron.

- ¡Ato ahí!

- ¡No disparen, soy Consejero! - gritó Iván.

Los soldados los sacaron del Palacio y los condujeron al Museo 20 de Julio. Dos de ellos llevaron a Lilia y a Rosalba en brazos. Las empleadas del Museo estaban a la entrada ofreciendo vasos de agua a quienes iban llegando. Nunca jamás habían bebido agua tan deliciosa.

A los pocos días, cuando los sobrevivientes se reunieron en la Casa de la Moneda, se vieron escenas conmovedoras. Todos se abrazaban fraternalmente, in importar su condición: magistrados y "señoras de los tintos"; secretarias y conductores; abogados y aseadoras, agradecidos por el milagro de la vida que Dios les había concedido, como una segunda oportunidad. Entre los sobrevivientes se crearon lazos de confraternidad que se reviven cada 6 de noviembre, en la Misa solemne que se celebra en la Catedral Primada por las victimas del holocausto.

En algunas de las Misas de aniversario, Lilia e Iván se habían visto y habían podido cruzar unas pocas palabras, porque los saludos efusivos de numerosos colegas y amigos, los iban separando. Por eso, cuando se encontraron en el matrimonio de Carolina, no notaron el uno en el otro los cambio naturales de la edad. Lilia conserva su apariencia juvenil, aunque ha ganado unos pocos kilos; Iván sigue siendo un hombre apuesto y la madurez le ha dado un nuevo aire: tiene la frente más amplia y la escasez de cabello la compensa con una barba corta muy bien cuidada; desde cuando perdió las gafas en el Palacio de Justicia, usa lentes de contacto que no le impiden proyectar directamente su expresiva mirada.

En el matrimonio de Carolina, Iván y Lilia reanudaron la amistad iniciada muchos años atrás y en la cena del Club de Abogados, la ratificaron con proyección hacia el futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario