martes, 19 de febrero de 2013

LAS VIUDAS DE LOS PRIMOS: Entrega Dieciocho

Septiembre 3 


Como al fin hoy no tuvimos juego donde Lilia, Berta y yo nos fuimos para finca. La remodelación de la casa campestre avanza con rapidez. El maestro Juan Tibaquirá y su equipo están dando buen rendimiento y Juanita está muy satisfecha. Desde temprano se sube al mirador para observar el camino vecinal por sonde se aparecerá Juan Tibaquirá en su bicicleta. Es el medio de locomoción más utilizado en la región por campesinos, estudiantes y hasta por amas de casa, por se ágil y económico.

Juan Tibaquirá aparece sudoroso y con el cabello al viento; es negro y lacio; lo lleva recortado a la altura de los hombros y para que no le caiga sobre el rostro, usa una cachucha con visera hacia atrás. De diario viste bluyines ajustados y camisetas que no disimulan su recia musculatura. En cuanto llega, deja la bicicleta apoyada en un árbol y entra al vestidor de los trabajadores. Se despoja de la camiseta sudada y sale con su overol naranja y el casco de seguridad. Siempre llega antes que sus obreros para firmar su autoridad.

Juanita y él se reúnen en la cocina para hablar de los asuntos pendientes, mientras toman un rico café preparado por Rosalinda. El maestro da cuenta de los materiales que se han utilizado y de lo que es necesario comprar oportunamente para no tener que para la obra.

Berta está feliz con el cambio que ha visto en Juanita: de ser una mujer despreocupada sin metas hacia el futuro y alejada de su profesión, ha llegado a ser una entusiasta trabajadora. Cuando pasan vecinos de otras fincas, se detienen para admirar el cambio que se está operando en la vieja casona y le piden a Juanita que visite sus predio para proyectar y presupuestar las mejoras que quieren para sus propias casas.

Juan y Juanita dan largos paseos en bicicleta, visitando a los posibles clientes. Los domingos salen desde temprano y recorren la región por veredas y caminos vecinales, evitando las carreteras de mucho tránsito. Van a Cota, Chía, Tenjo, Tabio o Cajicá. En esta última población está la casa de Juan, que comparte con su madre y sus hermanos. Allí almuerzan deliciosos platos de la cocina criolla que la dueña de casa, doña Manuela viuda de Tibaquirá, prepara con esmero y rica sazón. La familia posee varios telares, en los que tejen paños originales y exclusivos que tienen gran demanda en ese emporio textil que es Cajicá, tan visitado por los compradores bogotanos.

Juanita les pidió varias muestras para Berta. Ella, como buena conocedora, apreció su excelente calidad y admiró los hermosos diseños y colores; no dudó de que los conjuntos y abrigos confeccionados con esos paños, tendrán un gran éxito en la colección de otoño e invierno de Ladies Fashion.

La felicidad que se le nota a Berta no es solamente por Juanita, sino por algo muy personal. Para compartir sus sentimientos conmigo, me dio una carta de Bill.

- Léela - me dijo.

Comencé a leerla: "My dear Bertie..." Le pedí que me la tradujera, porque no domino el inglés.

Ella comenzó a leerla con voz entrecortada por la emoción y la alegría, mientras yo la escuchaba atentamente.

Nueva York, agosto 20


Mi querida Berta:

No me resigno a perderte. Te he amado durante muchos años y sé que tú también me has amado. No puedo comprender tu negativa. Tal vez me has juzgado a la ligera. Desde el primer momento supe que tú eres la mujer de mi vida. Si no te hablé antes de matrimonio, no fue por razones egoístas ni por gozar de una libertad que para mí no tendría ningún sentido sin ti. Había que contemplar la realidad: tú eres católica, te habías casado por tu Iglesia que prescribe la indisolubilidad del matrimonio y tu ex marido estaba vivo; no eras libre para casarte conmigo por lo civil, porque en Colombia eso hubiera significado en aquel tiempo delito de bigamia y habrías podido perder la custodia de tus hijos. Yo los quería, como si fueran míos. Me llamaban "uncle Bill" y se alegraban con mis visitas y los paseos que hacíamos a la playa y a Disney World.

Cuando hablaste de regresar a Colombia, no te retuve por tu propio bien. Allá estarías protegida por tus padres y los niños crecerían  con sus abuelos, sus tíos y sus primos. Además, tú ya podrías abrirte camino en el mundo de la moda con tus contactos, tu experiencia y el capital inicial que habías ahorrado.

Yo no podía ofrecerte seguridad ni futuro. Mi trabajo me obligaba a viajar frecuentemente a los países petroleros, casi siempre en conflicto. En el Medio Oriente o en cualquier parte del mundo, mis compañeros y yo sentíamos el rechazo de la gente. Eran frecuentes las manifestaciones con explosiones, gritos y pancartas que decían: "¡Yankees, go home!". Cuando salía a cumplir una misión, no sabía si regresaría vivo o en un ataúd.

Yo me reservaba esas preocupaciones para no inquietarte. No podía someterte a compartir mi vida tan azarosa y en constante riesgo. No puedo ocultarte que más de una vez intenté organizar mi vida con otra mujer  Pero fueron intentos fallidos, porque solamente podía pensar en ti. Hoy sí puedo ofrecerte una vida tranquila y feliz, por los años que nos queden. Me retiré de la Multinacional y viajaré a Colombia muy pronto. Me quedaré a vivir en tu lindo país, así sea que me aceptes o no. Volveré a cortejarte, si es preciso. Sé que tus hijos nos comprenderán porque pertenecen a una generación que creció sin prejuicios y creo que me recuerdan con cariño. Y para que veas que mi decisión es irreversible, dispuse que el Social Security gire mi pensión a Bogotá.

Aquí, Berta suspendió la lectura y guardó para sí las palabras amorosas de la despedida.

- ¿Qué piensas, Lucía?

- Que me alegro mucho por ti  Tienes todo el derecho a ser feliz - le dije mientras nos abrazábamos estrechamente y las lagrimas humedecían nuestras mejillas.

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