martes, 15 de enero de 2013

LAS VIUDAS DE LOS PRIMOS: Séptima entrega

Abril 30

Lilia me llamó para preguntarme si podía venir. Por el tono de su voz me di cuenta de que estaba a punto de llorar. Le dije que se viniera de una vez; que podríamos conversar tranquilamente porque hoy no espero a nadie, ni siquiera a la empleada.

Lilia estaba deprimida. La abracé fuertemente y le dije que me contara todo. Aceptó que yo tengo un sexto sentido y que no me había equivocado al pensar que el coronel estaba interesado en ella. Sólo que no se había dado cuenta porque él había estado enviándole señales equívocas.

Sí. La amistad surgió entre ellos. Cuando se encontraban en el conjunto, se detenían a conversar. Comentaban las noticias del día relacionadas con su profesión como el choque de trenes entre las altas Cortes, la nueva jurisprudencia del Consejo de Estado sobre las indemnizaciones a las victimas del conflicto interno  el proyecto de reforma tributaria y otras cosas por el estilo.

La saludaba con dos besos, uno en cada mejilla. Decía que un solo beso es el de Judas y significa traición  Para Lilia, como para todas nosotras, los besos en las mejillas no significan nada: estamos acostumbradas a que los parientes, los amigos y hasta nuestros médicos nos saluden así.

Al poco tiempo empezaron a hablar de cosas personales. Lilia le habló de sus hijos, que ya son profesionales, de sus nietos y le contó cuál es el más consentido. Él le confesó que está separado desde hace varios años, que tiene dos hijas universitarias que viven con la mamá, y que se divorció porque quiere casarse. Su novia tiene cuarenta años y es hija única de madre viuda. Ella le ha hecho sentir que si se casa y la abandona, se muere. Por eso Beatriz -así se llama la novia- ha permanecido soltera tanto tiempo, aunque no le han faltando pretendientes porque es una mujer muy atractiva.

Lilia le hizo ver que la actitud de esa señora es claramente un chantaje sentimental; le aconsejó que se casaran y se comprometió - de paso nos comprometió a nosotras - a distraer a la suegra invitándola a los bingos, a los paseos y a los grupos de oración que tenemos con las exalumnas del colegio.

Descubrieron otro punto de afinidad y es su afición a la la cocina. La especialidad de él es la trucha a las finas hierbas y la de ella, como ya sabemos, es la cazuela de mariscos. Se prometieron probar sus respectivas especialidades, para lo cual intercambiaron teléfonos.

Él fue el primero en invitarla a almorzar. Lilia se excusó con cualquier pretexto, porque desde su viudez no ha salido con ningún hombre y se siente insegura. No se atrevió a visitarlo en su "apartamento de soltero", porque ese término tiene implicaciones sugerentes y sugestivas. Ella sigue esclava del "que dirán . ¿Qué dirán sus hijos, qué dirán los vecinos, qué dirán los porteros? Pobrecita. La educación de las monjas le quedó marcada, no obstante su experiencia profesional en juzgados y tribunales.

Pero él no se iba a quedar con su especialidad preparada. Como a las siete de la noche se presentó en el apartamento de Lilia, con las truchas en una refractaria y una botella de vino blanco, ya refrigerada. Le dijo que las había preparado especialmente para ella, y que no consentiría que se las rechazara.

En el equipo estaba sonando el disco de boleros de Nana Mouskouri. Lilia sacó las copas. Él destapó el vino y lo sirvió. El ambiente era tan agradable y el vino tan estimulante, que sin darse cuenta comenzaron a tutearse.

La conversación se hizo mas personal. Ella le contó que había sido feliz con Jorge. Él le confesó, que muy a su pesar y de mutuo acuerdo, había terminado el noviazgo con Beatriz e hizo énfasis en que es un hombre completamente libre.

Cuando las copas quedaban vacías  él volvía a  llenarlas. Las truchas en el horno despedían un grato aroma. Los boleros de Nana Mouskouri seguían sonando y, sin saber cómo. Lilia se encontró bailando en sus brazos.

Me confesó que se había sentido tan feliz, que creyó que estaba soñando. Ella dispuso la mesa. Él sirvió las truchas y las acompañaron con más vino y una ensalada que había en la nevera.

Hacia las diez, Eduardo se despidió. Hasta ahora, Lilia no me había dado su nombre. Ella esperaba los consabidos besos en las mejillas pero él, audaz como buen militar, la besó en la boca. Ella se resistió inicialmente, pero terminó correpondiéndole. Entre beso y beso se fueron acercando a la puerta y cuando la cerró tras él, tuvo que apoyarse en la pared para no desfallecer. Cuando reaccionó, creyó que eso tan absurdo no había sucedido. Pero había sido real.

Lilia está confundida porque ha pasado una semana y él no la ha llamado ni se han vuelto a encontrar. Ella se pregunta el porqué de los sucedido. ¿Por qué las rosas, por qué las truchas, por qué el vino, por qué el baile y por qué los besos? no supe qué decirle en ese momento, pero comprendí que le estaba dando demasiada importancia a lago intrascendente. Lo ocurrido entre ellos fue solamente el resultado del vino, de los boleros y de la soledad de cada uno.

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