miércoles, 16 de enero de 2013

LAS VIUDAS DE LOS PRIMOS: Octava entrega

Mayo 10

Como el matrimonio será de noche, se impone el traje largo. Barbarita Pérez se lució. Escogió para cada una el color más favorecedor y diseñó los modelos con tal acierto, que al mirarnos en el espejo de cuerpo entero nos vimos, francamente, muy elegantes. Compramos para la ocasión zapatos de alto tacón y punta aguda, que se han puesto de moda otra vez, como aquellos de tacón puntilla con que solíamos ir a bailar con nuestros novios y en los primeros años de casadas. Pensamos que ahora no podríamos soportarlos, pero los actuales diseñadores son también anatomistas y pudimos calzarlos confortablemente.

Estos días se me han pasado vertiginosamente acompañando a Clarisa, a María Eugenia y a Yolanda a todas partes: al club para disponer lo del banquete, los licores, el ponqué, los arreglos florales y los últimos detalles; a escoger un almacén de buen gusto para la lista de regalos; a Chía para las pruebas del vestido de la novia, los de las damitas y lo que llevará Carolina en su viaje de bodas, que será únicamente lo indispensable porque piensa comprar su vestuario en París y Roma. La ropa y las idea que traiga, le servirán de inspiración a Berta para la próxima colección de Ladies Fashion.

Clarisa tiene la esperanza de que el matrimonio de Carolina sea la oportunidad para que Yolanda y Mauricio se reconcilien. Es su mayor preocupación. Afortunadamente, Camilo y Patricia tienen matrimonios estables, al menos por ahora. El sueño que compartió con Humberto fue mantener a su familia siempre unida y es lo que sigue procurando con mayor empeño. Con la expectativa de la boda de Carolina se siente tan estresada, que solo desea que llegue el día siguiente, para poder descansar con la tranquilidad de que todo salió bien y que no se presentó ningún imprevisto que hubiera podido opacar ese evento tan importante en la familia.


Mayo 15

Lilia me llamó por la noche, para contarme que se había encontrado con el coronel en el parqueadero. Ella ya había encendido el carro, cuando él apareció en la puerta del ascensor y la saludó con la mano. Ella fingió no haberlo visto y arrancó. Después de los que pasó aquella noche, no quiere saber nada de él ni del sexo masculino en general, salvo de sus hijos y nietos. Se reprocha por haber aceptado las rosas y por haber correspondido a sus besos. No puede entender cómo un hombre maduro, profesional y culto, pudo burlarse de ella tan cínicamente. Lilia está muy mal y va a necesitar ayuda profesional para superar esta crisis. Cuando a un adulto lo ataca una enfermedad infantil, generalmente es fatal; cuando el enamoramiento les llega a las personas mayores, suele ser catastrófico.






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