martes, 16 de abril de 2013

TRASLADO A SUAITA SANTANDER

En 1929 la instalación en Bogotá no era fácil para un médico joven, forastero y para colmo costeño, porque los costeños siempre ha sido mirados con reserva por los cachacos (Bogotanos). Por otra parte, la medicina se ejercía en forma privada y la consulta estaba acaparada por unos pocos médicos eminentes que tenían su clientela asegurada. No existía la medicina social. Había unos pocos hospitales de caridad, como el San Juan de Dios y La Samaritana. Alguien le aconsejó a papá que se estableciera en Suaita (Santander), porque allí no había médico ni botica.

Él aceptó el consejo sin imaginarse que a cambio de médico existía un tegua, gamonal conservador que la haría la vida imposible como médico y como liberal. Era un individuo apellidado Tejiro. Papá era liberal por tradición y por convicción. La prolongada hegemonía conservadora que había dado lugar a la insurrección liberal en el lapso conocido como la guerra de los mil días, había llevado a San Juan Nepomuceno la persecución y la violencia por parte de los conservadores. Mi abuelo, por liberal y por terrateniente, había sido perseguido tenazmente y había tenido que esconderse en el monte. Cuando nació papá, el 11 de agosto de 1898, el abuelo era un fugitivo y sólo pudo conocer a su primogénito cuando tenía cuatro meses. A los dos años entraron nuevamente los conservadores y por robarse la hamaca en que dormía el bebé, cortaron las cuerdas y lo tiraron al piso.

La historia de Colombia ha sido siempre violenta. Cuando mis padres se establecieron en Suaita, la pugna entre liberales y conservadores seguía viva y eran frecuentes los tiroteos entre los dos bandos.

Casi todos los pacientes que llegaban al consultorio, eran heridos de bala. Alberto, de tres años, ya lo sabía. Cuando entraba algún hombre le recomendaba a papá que le guardara la bala, y ya tenía una buena colección.

Habían alquilado una casa de dos pisos en el marco de la plaza. Mamá solía salir al balcón a tomar aire fresco, pero tenía que entrarse cuando pasaba la mujer de Tejeiro con sus amigas, riéndose y diciendo en voz alta "hoy si bajan a Arrieta".

Por esa angustia permanente, mamá perdió un niño. Al poco tiempo quedó esperándome y por eso decía que lo único bueno de Suaita, había sido yo.

Tejeiro y su mujer no tenían hijos. Tenían unos perros muy antipáticos que cuando le ladraban al bobo del pueblo, este reviraba blandiendo su palo hacia Tejeiro y gritándole: "Enduque su jamilia".

Sin embargo, tiempo despúes la mujer de Tejeiro quedó embarazada. El parto se presentaba muy dificil y Tejeiro, haciendo de tripas corazón, tuvo que llamar a papá. El niño nació bien, aunque no por eso Tejeiro dejó de ser su enemigo político. Pero la mujer no volvió a amenazar a mamá.

El 31 de diciembre de 1929 es una fecha memorable para Suaita. No porque yo hubiera nacido allí ese día  sino porque llegó el primer automóvil y la gente entusiasmada pagaba para que le dieran una vuelta a la plaza. Alberto era muy inteligente y no hubiera creido el cuento de la cigüena. Mis padres le dijeron que yo había llegado en el carro entre una canastica, lo cual le pareció creible.

En la escuela vecina habían estado ensayando la sesión solemne y cantaban repetidamente el Himno Nacional, cyua letra se estaba aprendiendo Alberto. En las vitrolas se escuchaban los tango de moda, sobre todo aquel que dice "y todo a media luz". Mi nombre estaba en discución entre Gloria o María Luz. Este último por la escritora española María Luz Morales, directora de la Colección Araluce, que publicaba en lindas ediciones infantiles las obras importantes de la literatura universal. Cuando le preguntaban a mi hermanito qué nombre le pondrían a la niña, respondía: "Gloria Inmarcesible" o "A media luz los dos".

Para mi bautizo viajaron a Suaita mi tía Tita y su esposo Manuel Ortiz, quienes fueron mis padrinos. Llegaron con sus hijos Humberto de doce años, Lucy de diez y Alicia de tres. Esta pequeña diferencia de edades con Alicia, nos distanció un poco en la infancia, no fue obstáculo para que en la juventud y en la edad madura nos quisiéramos como hermanas. Me llevaron de regalo un pesebre que nos acompañó por muchos años y del cual aún conservo el Niño Dios de porcelana, en mi alcoba.

Papá y mamá hicieron varias amistades, que siempre recordaron con afecto. Entre ellas estaba la familia Rueda, que poseía una hacienda. Eran liberales. Mal podría papá ser amigo de conservadores. Manuel Ortiz era conservador, pero lo aceptaba por ser su concuñado.

En medio de la violencia política en Santander, los conservadores asaltaron la hacienda de los Rueda. Mataron al esposo de Chavita y a un hermano de ella. Chavita huyó con su bebé en los brazos y su hija Elvirita de la mano. Corrieron, por los potreros, seguidos de cerca por los asaltantes. En un momento providencial cayeron a una hondonada y la maleza los cubrió. Así se salvaron.

Más tarde, a mediados de los años cincuenta, papá y mamá vivían en su casa de San Luis, con la tranquilidad que da el deber cumplido y la alegría de ver crecer a los nietos. Entonces, se volvieron a encontrar con Chavita de Rueda y su hija Elvira, que vivían en una casa vecina. Elvira estaba casada y tenía ocho hijos. Papá volvió a ser su médico de familia y consideraba mucho a Chavita porque ella era la que madrugaba a sacar a los nietos al bus del colegio.

Otra de sus amistades fue con el Maestro Luis Alberto Acuña Tapias, natural de Suaita, famoso pintor y lingüista. Fue el iniciador del estilo indigenista, que papá designaba burlonamente "el de los monos patones" porque se alejaba de la figura clásica y acentuaba las formas anatómicas.

Su esposa era doña Aurora Cañas de Acuña Tapias, española. Además de amigo, papá fue su médico de familia. En una ocasión, Aurora estuvo delirando por la fiebre y reía y lloraba histéricamente diciendo "¡Yo, de España a Suaita!".

En Villa de Leyva existe el museo de su nombre, en donde se encuentran muchos de sus cuadros y sus libros de lingüística  En el auditorio de la Academia de la Lengua Española en Bogotá, hay un hermoso mural que representa la literatura en lengua castellana. Allí están don Quijote y Sancho Panza, el Cid Campeador, Efraín y María, la Celestina con Calixto y Melibea, y otros personajes más. Cuando yo dictaba la clase de español en la Universidad Jorge Tadeo Lozano uno de mis alumnos, que resultó ser sobrino del Maestro Acuña, cuestionó una de mis afirmaciones con respecto a la etimología de cierta palabra y prometió consultar con su tío. Al salir de clase me fui directamente al Instituto Caro y Cuervo, que entonces funcionaba en la biblioteca Nacional, y le pregunté a mi amigo y antiguo profesor Luis Flórez. Él le dio la razón a mi alumno. Fui a la clase siguiente decidida a rectificar, pero el muchacho se me anticipó diciendo que el Maestro Acuña había estado de acuerdo conmigo. Decidí no entrar en polémica.

Mamá nos contaba que solía visitar a unas señoras muy amables, quienes le cedían la mejor silla de la sala. Un día le contaron que esa era la silla preferida de su hermana cuando iba de visita, porque estaba recluida en Contratación. Este era un leprocomio muy conocido en Santander. Desapareció cuando el Gobierno lo bombardeó junto con el de Caño de Loro en una isla cercana a Cartagena, al estudiar mejor la lepra y descubrir que no era tan contagiosa como se suponía. Sobre decir que mamá no volvió a visitar esa casa.

Una vez llegó a Suaita un famoso ajedrecista y pidió que le buscaran un contendiente de su talla. Mamá jugaba muy bien y le propusieron que jugara con ella. No le gustó la idea de jugar con una mujer, pero aceptó porque nadie más se le quiso medir. Se organizó la partida, asistieron muchas personas y mamá le hizo "jaque pastor".


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